In Dei Nomine

Sinopsis del prólogo realizado por el coordinador del proyecto de restauración, transcripción y edición de los libros de la Cofradía del Santo Entierro de Cristo y Nuestra Señora de las Angustias (Campillos, 1648 – 1885)

Alguien dijo que un pueblo que olvida su historia no tiene futuro. Tal vez la cita, como muchas otras, es demasiado rotunda. Porque es probable que quien olvide su historia sí tenga algún futuro: pero seguramente será un peor futuro. Creo que esta reflexión puede predicarse no sólo de los pueblos; también de otras instituciones, y pienso ahora en nuestras cofradías.

La Hermandad del Santo Entierro profesa un gran respeto por su historia y tradiciones. La Real e Ilustre Archicofradía fue la primera que en Campillos hizo gala del título de Muy Antigua; y eso, para mí, es indicativo de la actitud de sus hermanos hacia sus raíces. Porque la enlutada corporación trata su pasado y herencia con el respeto que se tiene a lo sagrado.

El fin principal del proyecto era la salvación de cuatro libros hallados por la Hermandad hace unos años. La inquietud de los actuales directivos radicaba en el delicado estado de conservación de esos volúmenes, cuyo documento más antiguo data de 1648, y el más reciente, de 1885. Ciertamente, cuando alguno de nosotros contempla los volúmenes, normalmente tiene la impresión de estar ante una supervivencia milagrosa. Sobre todo, cuando los contemplábamos antes de los magníficos trabajos de restauración a los que acaban de ser sometidos. De alguna manera, creo que se puede decir que la Hermandad ha tenido suerte al recuperar los libros; y los libros también la han tenido, porque después de quién sabe cuántas vicisitudes, llegaron a manos de personas apropiadas. Hay que reconocer a los directivos de la Hermandad que han mostrado en todo momento una voluntad muy decidida de asegurar la pervivencia del legado histórico documental que les ha llegado.

Los libros precisaban unos trabajos de restauración para prolongar su vida. Después de superar azarosamente varios siglos, se lo han ganado. Restaurar los documentos es importante, podía ser acuciante, y hacerlo habría sido loable por sí solo. Pero pienso que la mejor forma de asegurar la pervivencia de la historia es darla a conocer.

Por eso, el proyecto que ahora culmina es más completo. En primer lugar, porque se ha procedido al ingente trabajo de transcribir el contenido completo de los cuatro libros. Todo su texto es ahora fácilmente legible. Pero el valor de una transcripción como esta es enorme. Transcribir no es traducir o convertir del castellano antiguo, en este caso, al actual. Eso, en mi opinión, no habría sido fiel. Porque, no lo olvidemos, leer la grafía de los antiguos escribanos no es nada sencillo; todo lo contrario, sólo está al alcance de unas pocas personas, profesionales con mucha pericia. Ahora la lectura sólo tiene la dificultad, no excesiva, del vocabulario antiguo. Pero conserva la belleza, el encanto, el sabor de la lengua original en la que fueron escritas esas páginas; no cualquiera, por cierto: el castellano del siglo de oro. No hay quien dé más.

El principal, por su antigüedad y extensión, es un libro extraordinario. El primero de sus documentos data de abril de 1648, ¡casi cuatro siglos le contemplan!. Probablemente, como digo que podemos suponer, en algún momento alguien decidió encuadernar juntas la serie de cuadernillos que se conservaban, y así protegerlos mejor. Quien fuera que lo hizo, acertó. Incluyó en este primer tomo documentos interesantísimos: principalmente toma de cuentas por visitadores episcopales, aprobación de las mismas, actas de sus cabildos, publicaciones, notificaciones y otros. Se trata, como digo, de una recopilación de gran valor.

Los otros tres son libros de cuentas: cargos, datas y limosnas. Son más breves y alcanzan una época posterior, aunque se solapan en algunas fechas con el principal. Es decir, menos literatura y muchos números en ellos, pero no poca importancia en la vida de una cofradía.

La antigua Cofradía documentó muy bien su actividad. A nosotros han llegado estos, pero de su lectura se infiere que tuvo otros libros hoy desaparecidos. Los minuciosos inventarios refieren la existencia de libros de visitas, de cuentas, de hermanos. Aun así, el detalle de los que nos han llegado es fascinante. Desde luego, ya desde su origen, los hermanos de la Cofradía de Nuestra Señora de las Angustias, pues ella fue primera, quisieron dejar constancia escrita de todos sus pasos y fueron cuidadosos con ese legado.

Antes he dicho que el primer libro es extraordinario, y aclaro al menos un por qué. Por escrito y en el nombre de Dios, para darles más solemnidad y valor, dejaron testimonios escritos de sus acuerdos y los conservaron. Los entregaron de mano en mano, de padres a hijos, una y otra vez, con el encargo ya expreso o incluso tácito de cuidarlos y transmitirlos como parte del legado cofrade y devocional que les congregaba desde los albores de nuestro pueblo.

In Dei Nomine Amen. Así principiaban sus documentos de revisión y aprobación de cuentas los Visitadores. Con esas primeras palabras de la visita de 1648 comienza el primer volumen, y por eso hemos querido nosotros que casi idéntica expresión intitule el nuevo libro que las contiene.

La lectura de estos documentos permite conocer muchos detalles de la organización y vida de la antigua Cofradía. Por ejemplo, y de gran importancia: podemos leer cuál fue el origen de la actual Archicofradía, fruto de la agregación, en 1675, de las antiguas de Nuestra Señora de las Angustias y del Entierro de Christo, de la Puebla de Campillos. De la primera de ellas son los primeros documentos, y a partir de 1703, salvo error u omisión míos, los documentos hablan ya de la Cofradía con ambos títulos; el de la Señora, primero. La devoción a Ella debía ser principal y se aprecia en la asentada organización de su Cofradía y, a mi parecer, en detalles como este: en los primeros inventarios que se conservan, las dos primeras menciones es para las Imágenes, pero invariablemente la primera corresponde a la de Nuestra Señora de las Angustias, y la segunda al Santísimo Christo. En muchos de tales inventarios, enfatizado ello con la expresión: Primeramente la ymagen de Nuestra Señora de las Angustias.

Es interesante también la identificación de los hermanos que fueron responsables de dirigir la Cofradía durante los varios siglos documentados; y curioso comprobar la evolución de apellidos algunos de los cuales siguen asentados tanto en Campillos como en la Hermandad. Es tan amplio el contenido de la documentación que su lectura o estudio permiten formular una cifra incalculable de conclusiones. Podrán hacerlo desde el lector más superficial hasta el investigador de la historia de las cofradías, pasando por los interesados en la historia de Campillos, por los Hermanos ávidos de conocer antecedentes, por los que gustan de cuestiones dinerarias, lingüísticas, cultuales, o incluso de la gastronomía cuaresmal, la genealogía y la toponimia de nuestro pueblo.

No es una exageración lo que acabo de decir. La lectura de estos libros es apasionante, si uno lo es de lo nuestro. Los protagonistas de estos documentos pertenecen a las primeras generaciones de campilleros; ellos, sus padres y sus abuelos, habían comenzado a labrar estas feraces tierras. Por eso he dicho lo de la genealogía y toponimia de nuestro pueblo: encontrarán entre los hermanos de la antigua Cofradía a Carvajales, Pachones, Pedrosas, Duranes, Gordillos, Castillas, apellidos ligados a la fundación de Campillos. Encontrarán también a Menautes, Brachos, Torralbas…, nombres propios de cortijos aún en pie sobre nuestros campos; y Lavados y Salgueros, que denominaron para siempre nuestro callejero. Y hallarán entre aquellos agrietados documentos, como están en los que se escriben hoy en la Casa de San Sebastián 16, a Casasolas, Guerreros, Gallardos, Ruedas, Mesas, Padillas, Valencias…

Además de, por supuesto, comprobar cómo la Hermandad del Santo Entierro y María Santísima de las Angustias lleva haciendo procesión en la noche del Viernes Santo desde que se tiene noticias de ella, los documentos transcritos dan cuenta de la procesión de agosto. No en vano la importancia de la Señora titular que ya he destacado. Y, en cuestión de cultos, merece también destacarse el Sermón de la tarde del Viernes Santo, Sermón del Descendimiento, para el que desde aquellos remotos años la Cofradía hacía venir a Campillos y pagaba a predicadores, distintos casi siempre, y escritos sus nombres para que hoy podamos saberlos y recordarlos. La lectura de los gastos permite una cierta evocación de la liturgia, que debía ser realmente bella. Quedan anotados, por ejemplo, los treinta reales que costaron los lienzos de un sol y una luna que en 1706, y a partir de entonces, se pusieron en el rompimiento del belo; y los quince que en 1718 costaron las dos escaleras para el diçendimiento de cruz dicho año.

Me gusta especialmente comprobar la antigüedad de las tazas para pedir. Desde muy antiguo en estos documentos se habla de los pediores y de las tasas (tal vez mencionadas en los primeros años como basinillas), con el seseo propio de los campilleros. Se consigna en los inventarios la existencia de tales enseres, de estaño o de plata. Esa es otra de las más antiguas tradiciones que ha llegado a nuestros días. No sería de extrañar que la misma vejez tenga la entrañable y genuina llamada del pedidor, a medio camino entre el voceo y la canción: Angustias de María Santísima, haga bien quien pudiere.

Dije casi al principio que los libros han tenido la suerte de caer en las manos apropiadas, y hablé en ese momento de los responsables de la Cofradía. Pero me faltaba hablar individualizadamente de las manos más apropiadas para este proyecto. Y decir manos, en este caso, es hablar en sentido figurado o resumido. En realidad, los libros han tenido la suerte de llegar a Pilar Parra Arcas. No sólo a sus manos, sino a la extraordinaria persona y profesional de la que ya les hablo. Pilar dirige el Archivo general y las publicaciones de la Diputación de Granada. Su excelencia profesional y su especialización en paleografía y pericia caligráfica serían motivos suficientes para estar tranquilos de que el trabajo de transcripción de estos libros se haría a la perfección. Es emocionante para mí apreciar cómo desde el primer día ella me fue hablando cada vez con más entusiasmo de cualquier detalle de los que iba descubriendo en los manuscritos. A medida que se sumergía en los textos, ella dejaba traslucir no un creciente cansancio, como habría sido natural en la mayoría, sino una creciente pasión, que le ha hecho sentirse parte de las muy antiguas Cofradías de Nuestra Señora de las Angustias y Santo Entierro de Cristo. Quiero dejar escrito también mi agradecimiento a ella.

Muchos seremos, o al menos esa es mi opinión, quienes disfrutaremos con la lectura de esta crónica de la Cofradía. Y encontraremos en ella no pocos porqués de la Semana Santa campillera y de su noche del Viernes Santo. Eso siempre viene bien para recordar que sólo somos otro eslabón de una larga cadena y que lo más importante que se nos encomienda es engarzar bien el siguiente. Las personas que aparecen en los antiguos libros de la Hermandad del Entierro hicieron una puebla, una villa; hicieron Campillos, pusieron sus tierras en labor, trazaron sus calles, levantaron su iglesia, eligieron devociones, fundaron cofradías. Y fueron legando todo ello de forma que, sin darnos cuenta los campilleros, seguimos labrando y pisando los mismos campos y calles, rezando en el mismo templo, profesando sus mismas devociones, y dando mucha vida, este libro lo prueba, a sus Hermandades o Cofradías.

José Miguel Carbonero Gallardo
Julio de dos mil quince