Estación de Penitencia. Noche del Viernes Santo

Cae la tarde, trece hombres vestidos de riguroso luto circundan el pueblo. Sólo rompe el silencio, el tañer de una campanilla que anuncia a muerto.

Era la hora sexta cuando las tinieblas cubrieron toda la Tierra en aquel memorable día. Tal vez por eso, al llegar la tarde del Viernes Santo, un vientecillo arremolinado se levanta puntualmente todos los años a la misma hora, como presagio de agonía y muerte. Las nubes cubren el cielo y como si el pasado fuese un largo recuerdo, temblores y oscuridades, restallan misteriosamente en las bóvedas del Templo.

Durante el Sermón de las Siete Palabras, y por oída de nuestros mayores, perduran en nuestros recuerdos los gemidos y lamentos de aquel hermano más viejo que en su “quinta”, inmóvil, sentado junto al Señor, decía:

Al expirar el Redentor;
del Templo se rasgó el velo;
sol y luna se eclipsó
cuando expiró en el madero

Las nueve de la noche en punto. El pueblo se viste de luto; vuelve a cantar el tambor. Comienza el “acompañamiento”; los Consiliarios sin dudarlo, son las figuras de honor.

Largas filas de penitentes van circundando el pueblo y para cerrar el cortejo un ramillete de Hermanas que, engalanadas con mantilla, por donde quiera que pasan producen admiración. Sobre las diez de la noche, Campillos entero se aprieta sobre los aledaños de Calle San Sebastián. En la puerta de nuestra Casa Hermandad se oye aquel viejo cantar:

“Santo Entierro de Cristo,
haga bien a quien pudiere.
María Santísima de las Angustias,
haga bien a quien pudiere

Canto este, que en nuestros oídos suena a música celestial.

Campillos entre dos luces. El cornetín de nuestros Hermanos Honorarios de La Legión llaman al orden. Silencio en la población; ya no se oye ni un alma. Se nos sobrecoge el corazón. Mientras en la cima de Calle San Sebastián ya asoma el trono del Santo Entierro de Cristo. Tan majestuoso que parece imposible su maniobra. Un mar de vivas atruenan en el gentío, mientras la voz de su capataz, desgarradora y potente, le va diciendo a su gente:

Despacio, más despacio,
despacio y bien “llevao”,
como lo llevan los hombres
al mejor de los “pario”.
¡ Viva el Santo Entierro de Cristo!

Y se hace la maravilla; ya está el Santo Entierro en la calle. Campillos entero se postra agradecido ante su Bendición; de la garganta de un cantaor se desgrana una saeta:

“Silencio pueblo de Campillos
que sale en procesión, el
Santo Entierro de Cristo,
Nuestro Padre Redentor”.

En medio de un impresionante silencio, avanza casi en el aire el Santo Entierro de Cristo. Sus Hermanos legionarios acompañan a nuestro Señor y las campanas de la Iglesia tocan a difunto, como preludio de un toque de “Oración”.

Sobre las once de la noche, de nuevo el cornetín previene. Sale la Virgen de las Angustias, deslumbrante aún en su dolor porque delante de Ella va Su hijo, Nuestro Padre Redentor. A Campillos entero se le estremece el corazón. Sale la Reina del Cielo, Madre de los campillleros ¡¡Viva la Madre de Dios !!. Va de luto, sin palio y mirando al cielo, pidiendo clemencia a Dios.

“Mare” mía, que bonita eres;
Hay Angustia en tu cara,
y dolor en tu mirada.
No tengas pena María,
que tu Hijo Resucitará mañana.

Las once y media en punto. Hay una pequeña pausa en el camino para rendirle honor. Están a punto los tambores. De repente un Himno irrumpe en la silenciosa espesura de la gente. El toque de “Oración Legionario” rinde honor al Señor. Los brazos se izan en alto, como queriendo llegar al cielo, mucho más cerca de Dios.

La multitud lo inunda todo. Parece que las casas y las calle hayan cobrado vida; tal es la humanidad inquieta y expectante que contiene esta Archicofradía en la calle, que el pueblo busca la Fe por el camino de la belleza, del silencio y del fervor.

Pasan nuestros Sagrados Titulares. Entre la muchedumbre queda un susurro de piedad escalofriante. Una piedad elemental y fortísima, sincera que contagia, que sentimos en nuestra piel en nuestros nervios tensos.

Fin de la travesía; Calle San Sebastián arriba. Hasta hace un instante desierta; el pueblo aligera el paso para situarse más cerca. Ya está el Santo Entierro de Cristo en su puerta, esperando a Su Madre que lentamente se acerca. El pueblo entero enmudece. Todos miran a un balcón con la esperanza de oír la oración más profunda que salía de un corazón.

La Señora ya se recoge, El Santo Entierro detrás. En medio de un profundo silencio resuena en mis oídos la saeta “cuartelera” de aquel viejo capataz.

“Quédate con Dios María,
hasta el año venidero.
Quiera Dios que seamos vivo,
¡Viva el Santísimo Entierro!

Es el final triunfal de la Semana de Pasión campillera. Sólo nos resta pedir con “Gracia y Esperanza”, “Socórrenos” Virgen María, líbranos del “Dolor y Lágrimas”, y apártanos de la “Angustia” que padece el mundo entero y danos la esperanza de su Resurrección.

Nuestro desfile procesional la noche del Viernes Santo consta de dos Tronos. Nuestro Señor Jesucristo en su Santo Entierro (Cristo Yacente) procesiona sobre un majestuoso Trono  que es obra del Insigne Imaginero Malagueño D. FRANCISCO PALMA BURGOS. Fue ejecutado en el año de 1.948 y magníficamente ampliado y restaurado en el año 1.988 por D. Rafael Ruiz Liébana.

El Trono de María Santísima de las Angustias, que luce habitualmente con manto de terciopelo negro y bordado en oro a realce, es también obra de FRANCISCO PALMA BURGOS. Realizado éste en la Ciudad de Úbeda en el año 1.952, fue reformado en Málaga en el año 1.956 por D. Cristóbal Velasco, y restaurado y dorado en 1.988 por D. Rafael Ruiz Liébana.

La túnica del penitente es de color negro con botonadura de arriba abajo del mismo color, siendo idénticas en todo el cortejo procesional, (penitentes y hombres de tronos). Ambas secciones llevan antifaz y capa de raso negro, con fajín bordado en oro sobre terciopelo negro, con lazos de color, amarillo, blanco y negro. Así mismo, los nazarenos llevan escapulario con la insignia del Santo Entierro en la sección del Señor, y el AVE MARIA, para los nazarenos de la sección de la Virgen. Los hombres de tronos visten la misma túnica si bien no llevan capa ni antifaz y se distinguen ambos tronos por el escudo bordado en oro sobre terciopelo negro con la insignia del Santo Entierro para el Señor y Ave María para la Señora.